Tito, el navegante: trailer
Una casa en un pobre barrio pegado al río De La Plata, rodeada de esculturas metálicas y respetuosa en su arquitectura de la marea voluble de la ribera quilmeña. Esa casa está hecha de botellas de vidrio (miles y miles de botellas de distintas formas y colores entre las cuales sopla el viento sureño y se solazan los rayos del sol), podríamos decir que el arte ha alcanzado una nueva expresión.
Tito Ingenieri (27-5-54), escultor y artesano, dedicado a la herrería y al vidrio, ha construido esta extraordinaria vivienda, e invita a recorrer incondicionalmente a entrar en todos los rincones de la casa, a saciar todas las preguntas que nacen, a conocer algo más de la lucha de un hombre que se abre paso en el arte con sus propias manos.
Tito Ingenieri es autodidacta. Se inspira en la literatura de Artaud, Macedonio Fernández, Nietzsche y Saint-Exupery, o sea, en vertientes muy distintas y hasta cierto punto contrapuestas, lo que de algún modo se refleja en la falta de concesiones coyunturales que revela su arte y la existencia de un proyecto de vida consecuente.
Su casa es un museo en el que juegan los niños del barrio, de lo cual el artista se alegra. A pesar que hay obras suyas en colecciones privadas de América y Europa, opta por un compromiso con su ciudad y con su gente.
En el arcón de sus recuerdos: una novia que amó por su cabellera roja, una casa sobre un árbol, la colimba en el Sur, sus adicciones, ocho años en el Hospital Borda como si fuera un presidiario, su fuga, sus fobias, sus amigos, su Eternauta (figura mítica del comic argentino, del que es afecto Tito), sus ilusiones y sus miedos.
Su actitud es la de un náufrago voluntario que desde una isla envía sus mensajes de apostasía en botellas de vidrio y que los dedos de la lluvia esparcen desde el río hacia el mundo.
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